Sounding o el arte de meterse cosas por la polla

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viernes, 1 de febrero de 2013

Sounding relatos: Estudiando anatomía; Parte 1




Aquel fin de semana de febrero presentaba una doble vertiente para Carlos. Por un lado, la presión del último examen del primer semestre del curso, pero por el lado contrario, la satisfacción de saber que después de la prueba a la que se enfrentaría el lunes siguiente, esta tanda de estudios y el periodo de exámenes terminaría. Era el primer año que cursaba estudios en la Universidad, pero la carrera de Medicina que había escogido para orientarse hacia un futuro trabajo estaba gustándole y dando buenos frutos. Algunas notas ya habían sido publicadas y junto a su nombre figuraban gratos aprobados que compensaban tantas horas sin dormir y tanto estudio consumado. Aquél sábado requería un esfuerzo final tras semanas encerrado en su cuarto del Colegio Mayor, pero una última prueba, la más dura de ese periodo, estaba por cumplir y no pondría reparos a la hora de enfrentarse a ella.

Jaime, su compañero de habitación, había terminado sus exámenes el día anterior y, deseoso de celebrar el final del periodo de pruebas había salido para festejar con estudiantes y colegas universitarios la vuelta a la libertad veinteañera. Tras varias semanas compartiendo santuario de estudios, Carlos se quedaba sólo por una noche cual eremita que sacrifica su vida en pro de una meta, sentado frente al libro de Anatomía que guardaba en su interior las armas con las que luchar en la afronta que aquel decisivo lunes le plantearía la asignatura de Anatomía General Avanzada.

Una lámina a todo color del aparato genital masculino se mostró ante los ojos de Carlos cuando éste pasó la página. De perfil y diseccionada, la cintura de un imaginario varón descubría todos sus secretos anatómicos localizados entre el ombligo y el perineo, con un agraciado pene en flacidez colgando sobre la bolsa escrotal abierta, acompañados del resto de órganos, conductos y glándulas que componen el interior de este rincón inferior del torso viril. La mirada de Carlos se posó en aquel miembro diseccionado y observó con atención cómo, partiendo del extremo externo del pene, la uretra atravesaba aquel cuerpo esponjoso donde se alojaba atravesando la cara posterior de la verga, para introducirse en el interior del tronco y, tras ofrecer un tramo de similar longitud al localizado en el pene externo, alcanzaba la vejiga.

Como tantas otras veces,  la sola visión de una uretra plasmada en un libro repleto de dibujos medicinales aturdía momentáneamente a Carlos. Le ocurría desde que a su primo Bruno le operasen hacía más de un año. Una tarde después de la intervención quirúrgica, y ya en su domicilio, Bruno, que tenía la misma edad que Carlos, aprovechaba la visita de su primo para, en la soledad de ambos encerrados en el dormitorio donde aún se reponía de su paso por el hospital, narrarle cual cómplice que desvela sus secretos más íntimos todos los detalles más escabrosos de la operación, haciendo énfasis en el momento en que una enfermera, antes de llevarle a quirófano, apareció en el cuarto donde le preparaban para el operatorio con una sonda en la mano. Bruno siempre aprovechaba cuando se quedaba a solas con Carlos para hablarle de las chicas con las que había tonteado, pero en su evolución hormonal el hecho de que una mujer al parecer bastante atractiva se presentase frente a él con semejante utensilio y, sin reparos, le dijese que debía sondarle como medida preoperatoria, era toda una experiencia para él más cercana a lo sexual que a lo estrictamente médico. Bruno le relataba con detalle a Carlos cómo aquella licenciada, tras untar la sonda con crema anestésica, cogía su pene con la mano izquierda y, una vez descapullado y abriendo ligeramente los labios de su meato con los dedos pulgar e índice, acercaba con su derecha la sonda a la boca de su glande para introducirlo lentamente pero sin titubear a lo largo de toda su uretra. “Tengo que introducirte esto por tu pene hasta la vejiga, para impedir que te orines encima durante la intervención quirúrgica”, le había contestado aquella chica cuando le preguntó ingenuo y desconcertado qué iba a hacer con aquel tubo de plástico anaranjado con el que se había presentado frente a él. Y allí estaba efectivamente inclinada frente al adolescente desnudo, ejecutando una tarea que para él, lejos de considerarla una atención a los pacientes de índole algo desagradable, consistía más bien en todo un acontecimiento más que erótico del que después poder presumir ante jóvenes hambrientos como él de experiencias con mujeres con las que apagar la sed de sexo que sus fantasías juveniles alentaban sin tregua.

El relato de aquella embarazosa situación no dejaba de dar vueltas en la cabeza de Carlos. Lejos de envidiar a su familiar por haber estado el miembro viril de su coetáneo en manos de una enfermera, Carlos pensaba más bien en el acto en sí, sorprendido por haber descubierto en palabras de su primo los detalles de una técnica con la que, repentinamente, parecía responder a las dudas que una tendencia nacida desde sus genitales le había venido planteando tiempo atrás. Muchas veces, mientras se masturbaba, le había parecido sentir deseos de alcanzar la estimulación no sólo a base de frotarse todo el exterior de su erecto falo, sino que una cada vez más potente sensación le invitaba a practicar una estimulación interna e intensa de su pene, sin entender muy bien los motivos de esa tendencia ni cómo llegar a consumar la misma.

El relato de Bruno había abierto los ojos de Carlos y le ofrecía una respuesta a las cuestiones onanistas que se había planteado tiempo atrás. La visión de una uretra siendo sondada no sólo le agradaba e incluso le estimulaba, sino que le incitaba a probar en sí mismo todo aquello que su primo le había confesado. Sondar una verga se había revelado como la meta sexual que en aquellos momentos quería alcanzar. Incluso sus deseos carnales habían llegado a influirle de manera más o menos trascendental en su decisión estudiantil y en la demarcación de sus pasos profesionales hacia la medicina. En la carrera podría aprender y ampliar más conocimientos sobre lo que Bruno le había relatado, e incluso podría llegar a vivirlo en persona a través de prácticas doctorales que llegarían en sucesivos cursos.

Mirando aquella uretra dibujada en la página del libro de anatomía, a la mente de Carlos volvían los relatos de Bruno y, como ocurría en cada ocasión en que le habían hablado de la uretra durante las clases en la facultad, una sensación que partía de su propio conducto urinario le embriagaba y le incitaba a estimularse esta zona interna de su pene. Muchas veces había pensado en llevarlo a cabo a lo largo de aquel año que separaba la tarde en que su primo se confesó con él de ese periodo de exámenes en que se encontraba inmerso. Mientras se acariciaba su polla, y tras chuparse el dedo índice de su mano derecha, se palpaba la carnosidad que surgía entre los dedos de su mano izquierda, que firmemente abrían, cual pinzas, los labios hendidos en su glande. Así había ocurrido en un sinfín de ocasiones, pero nunca se había atrevido a más. Tocarse aquella rajita rosada que coronaba su engrosado falo había calmado hasta aquella noche sus deseos y sus ansias de estimulación uretral, pero la aparición de la uretra dibujada en medio de la aparente tranquilidad del cuarto estudiantil, cargado aún con la tensión acumulada en el ambiente frente a la lucha por combatir los exámenes, convenció repentinamente a Carlos para que fuese aquél el momento decisivo en que se atreviera a probar lo que tanto había deseado.

(Continuará...)

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